“Al que más se le da, más se le pide”

36 estudiantes y egresados dedicaron cuatro días de trabajo social en Minas, actividad organizada por el Voluntariado de la UM
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A pocos metros de la catedral, caminando por las sendas de la ciudad de Minas, divisaron el colegio Nuestra Señora del Verdún. Así fue el comienzo del viernes 20 de abril para los protagonistas de esta historia, un grupo de 36 jóvenes del Voluntariado de la UM (VUM) compuesto por alumnos y egresados de la UM (alumni). Frente al centro estudiantil vibraba la emoción de varios alumnos —la mayoría de primer año de facultad— que cambiaron, durante cuatro días, los libros y calculadoras por lijas y pinceles.

El padre Pablo Graña, director de la institución a la que asisten más de 300 estudiantes de educación inicial hasta 4º de liceo, explicó que el colegio “cobra cuotas muy bajas” y que los recursos materiales son escasos. Por este motivo, el VUM se hizo presente con la tarea de pintar puertas, ventanas, bancos, paredes y los juegos de patio del colegio. Desde temprano en la mañana del viernes, las espaldas de los voluntarios se vistieron de azul con la leyenda “Universitarios en acción” y se distribuyeron por sectores para transformar las aulas y espacios comunes.

Una motivación de principios

Timoteo Acosta cursa el primer año de Negocios Internacionales. Su decisión de participar estuvo motivada por unas palabras. Escuchó que el Papa Francisco “estaba preguntando a los jóvenes si querían ser santos”. Se lo preguntó y decidió que sí, pero no sabía cómo lograrlo. Buscó en Internet y descubrió que “una manera era ayudar a los demás”. «Me llegó el mail del voluntariado y dije: “Me sumo”». Por otra parte, Valería Fischer, que es brasileña y estudiante de intercambio de la Facultad de Humanidades, decidió participar para conocer otra realidad de Uruguay. Para ella, esta actividad conlleva “dejar de lado la comodidad” propia para que otros puedan estar “un poco más cómodos”.

Más que pintura

La mañana del sábado, los voluntarios se dividieron en tres grupos y visitaron a las residentes de un hogar para personas mayores, a los alumnos de catequesis de la capilla “San Francisco de Asís" y a los niños de la Casa Cuna del INAU. Guitarra y bingo en el primero, y juegos en los otros dos. Las agujas del reloj se movieron con rapidez. Luego, volvieron a los pinceles.

A medida que pasaban las horas, el trabajo fue transformando no solo los colores del colegio, sino también el interior de los estudiantes. Así lo reconocieron muchos que afirmaron que a la vuelta se iban con más de lo que habían traído. “Me llevo una sensación de plenitud porque ayudar a personas que quizá nunca conozca es algo muy especial. Salí de lo mío propio, del egoísmo para ayudar al otro”, dijo Juan Martín Coronel, estudiante de Contador Público, quien indicó también que esta actividad le mostró la universidad desde otro lado. «Me ayudó a dejar de lado la pereza, a sacrificarme un poco más cada día, a esforzarme. Cuando regrese, voy a dejar el “hoy no estudio” o el “voy a hacer otra cosa para dejar de estudiar”», añadió Juan Martín.

“Este tipo de actividades me deja con ganas de seguir ayudando. A veces vamos con la cabeza muy cerrada y no vemos si alguien necesita ayuda, que también un día podemos necesitar nosotros. Este trabajo me motiva a prestar atención a los detalles y a saber que, en lo cotidiano, podemos dar una mano, desde lo más pequeño”, aseguró Maithe Castillo, que cursa Licenciatura en Humanidades.

Gran parte del grupo estaba formado por estudiantes de Magisterio Bilingüe y profesorados. Sofía Bonino, que se prepara para ser docente de Matemática, explicó el vínculo que veía entre el trabajo social y su futura profesión: “Es practicar lo que uno predica. Si voy a estar educando —y educando en servicio— no voy a hablar mucho y hacer poco. La idea es hacer lo que uno dice”.

La otra huella que dejaron estos días fue la convivencia. Las siguientes palabras en el grupo de WhatsApp son de Franco Lamorte, estudiante de Economía: “Me mandé solo a esta actividad y la verdad tenía miedo de quedarme solo pintando un banco en una esquina. Grata sorpresa me llevé. Precioso grupo, muchas gracias por este fin de semana en el que, creo, todos crecimos y ojalá me toque compartir otras actividades con ustedes”.

Muchos hablaron sobre la oportunidad de conocer a estudiantes de otras facultades y generaciones. En esta línea, Nicolás Antoniello, que cursa primer año de Dirección y Administración de Empresas, destacó la suma de “perspectivas y miradas distintas”. Sobre el final de las jornadas de voluntariado, expresó: “Me siento más útil. Me di cuenta de las cosas que puedo hacer en el día a día y que no hago. Nunca imaginé que iba a trabajar en un entorno así. Pusimos mucho amor en este trabajo. Todos los que estamos acá tenemos la capacidad y posibilidad de ayudar y de aplicar esto en nuestra vida a partir de ahora. El voluntariado deja algo muy gratificante y solo se gana cuando lo vivís en carne propia”.

Un partido bien jugado

La tarde del domingo hubo distintos planes. Unos eligieron seguir pintando, otros se reunieron frente a la televisión de la casa parroquial para ver el clásico y el grupo más numeroso subió el cerro del Verdún. Desde arriba, contemplaron la ciudad de Minas y el paisaje serrano. Cantaron algunas canciones con guitarra e hicieron una Romería en medio de la gran multitud de uruguayos que llegaban para visitar a la Virgen, cuatro días después de su fiesta.

160 litros de pintura, 100 lijas y 40 pinceles después, llegó la hora de hacer los bolsos para la vuelta. “Lo que tiene el trabajo voluntario —más allá de que te lo reconozcan, más allá de que se vea— es la recompensa del esfuerzo, de crecer como persona. Todo en la mentalidad de estudiar en una Universidad en la que la formación profesional es para servir mejor”, indicó el padre Pablo. “Agradecidísimo. Bienvenidos a Minas y al Colegio del Verdún”, concluyó.

Otra gran protagonista de esta aventura fue Jackie, quien trabaja en la casa parroquial y esos días cocinó para los estudiantes. A la hora de los agradecimientos, se llevó los aplausos de todos. El día después del concluir la jornada de voluntariado, pidió al obispo de Minas transmitir el siguiente mensaje a los voluntarios: “Dígale a los chicos que hoy se extrañaban en la casa”.

Reflexiones de una jornada única

Cada día de trabajo en Minas culminó con una instancia de evaluación grupal o personal. El objetivo de esto fue brindar un espacio para profundizar en lo que estaban viviendo y en la marca que dejarían esos días en cada uno, algo que a veces se hace difícil cuando “vivimos corriendo y comprometidos con infinitas actividades”, explicó Gastón Rosano, coordinador del VUM. Al finalizar, algunos quisieron compartir con los demás su experiencia. Afirmaron que se iban llenos, con “gran alegría y motivación”.

El obispo de Minas, Mons. Jaime Fuentes, que fue capellán —y profesor— de la UM por 25 años, estuvo presente en varios momentos. Les recordó a los presentes que “al que más se le da, más se le pide”. Explicó que los alumnos de una universidad reciben mucho y “es lógico que la sociedad pretenda que den mucho”. “Hay que decir también que las mujeres siempre van por delante”, agregó, en relación al gran número de chicas que se sumaron al proyecto.

En pocas palabras, desarrolló la esencia del trabajo voluntario de estos días: “El acento en la UM se pone en que el trabajo, además de dignificar a la persona —y de ahí viene también la formación humanística de la Universidad—, se expresa no en una búsqueda de la excelencia por la excelencia en sí, sino en que cuanto mejor preparado estás, cuantas más oportunidades has tenido, es para ayudar a transformar esta sociedad. Hacerla más humana y más cristiana”.

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