"Busco devolverle al sistema educativo lo que me brindó”

La alumna del postgrado en Educación, Juanita Pérez, cuenta su historia y cómo llevó adelante la dirección de una de las escuelas modelo de nuestro país
Foto: cuerpo docente de la escuela número 189

Se crió en un hogar donde las necesidades básicas nunca estuvieron satisfechas, y cuando lo indispensable no estaba cubierto, pensar en el futuro no era una opción. Su familia no confiaba en la educación como camino; sin embargo, ella tenía claro que deseaba ser maestra.  

Hoy Juanita Pérez es docente hace treinta y cinco años, cursa el postgrado en Educación en la Universidad de Montevideo y es directora de la escuela N°189 en Las Piedras que, junto a treinta y tres docentes, llevan adelante la formación de 678 alumnos en contexto vulnerable bajo el programa de inclusión educativa APRENDER (Atención Prioritaria en Entornos con Dificultades Estructurales Relativas).  

"Busco devolverle al sistema educativo lo que me brindó”, confesó Pérez, luego de recordar las horas que, en Progreso, bajo lluvia o sol, caminaba hacia la escuela y de las veces que para ir al liceo en la ciudad de Canelones debía colarse en trenes: “Mis docentes creyeron en mí. Siempre valoraron mi esfuerzo por insignificante que pareciera. En la escuela era feliz: tenía comida, una mesa donde trabajar, un baño, además de que mis maestras me brindaban ropa de sus hijos. Me hacían creer que era buena estudiante y les creí, entonces ahí comenzó en mí el desafío de no decepcionarles, de devolverles esa confianza”.   

Siguió magisterio en la misma ciudad, por lo que los viajes en tren eran frecuentes: “Fueron muchas madrugadas de bastante frío, hasta que un día un profesor decidió pagarme los boletos en ómnibus para que el esfuerzo fuese menor”, comentó Pérez. Nuevamente otra cuota de confianza. “Y como dijo un maestro: ‘El camino es la recompensa’, y pude alcanzar la meta”, agregó.  

Pérez, día a día, intenta demostrar y convencer a los alumnos “que la decisión está en sus manos, que realmente la educación abre puertas y que el contexto no limita, sino que debe desafiarnos”. Explica que “somos sujetos de posibilidad”, porque todo depende de uno mismo, y que los niños en contextos vulnerables necesitan, como un día ella lo necesitó, que alguien confíe en ellos, aún más en tiempos de emergencia sanitaria.   

¿Cuándo reiniciaron las clases presenciales?   
En una primera etapa, las clases presenciales comenzaron el 1° de junio, buscando acercar a los alumnos que habíamos tenido menos respuesta en la virtualidad. Concurrían dos horas.

En la segunda, comenzada el 15, luego de consultar las familias sobre su voluntad de enviar o no a sus hijos en forma presencial, se dividieron todos los grupos en dos. Una mitad concurría lunes y martes, tres horas, con un descanso de quince minutos para socializar y desinfectar aulas; mientras que, la otra mitad, asistía los jueves y viernes en las mismas condiciones.  

Si un día aparece uno de esos alumnos que les cuesta venir y no es el día que le corresponde, se envía a un salón donde haya espacio suficiente dentro del ciclo para que sea atendido como corresponde. No podemos desaprovechar una instancia de aprendizaje.  

Aquellos alumnos cuyos padres optaron por no enviarlos seguían trabajando desde la virtualidad, además de quienes concurrían los días que no les correspondía asistir. Realizaban trabajos virtuales en plataforma CREA2, Matific, por WhatsApp y en algunos casos formato papel.  

¿Con qué desafíos se encontraron?  
El mayor desafío es la realidad intrafamiliar variable, es decir, hoy están con la mamá y un compañero, pero mañana no los pueden tener y los envían a casa de otro pariente. Así los niños van deambulando de hogar en hogar, perdiendo en ocasiones la comunicación con el docente y comienza una nueva búsqueda: encontrar en esa variación un aliado pedagógico que pueda acompañar, sostener el trabajo desde la virtualidad. Muchas veces no son los padres, sino hermanos mayores, primos, abuelos...  

La decisión de la “no obligatoriedad” es muy comprensible en esta situación de emergencia sanitaria, pero sin dudas en contextos donde se desvaloriza la educación es una herramienta para hacer cumplir los derechos del niño.   

Hemos tenido que insistir con muchas familias sobre la importancia de la continuidad en los aprendizajes, más allá de su decisión de enviar o no a su hijo a la escuela. Algunos alegan: “Ya tienen el año perdido, es el camino más cómodo”. Desde la institución seguimos insistiendo en la importancia de la educación, promoviendo la presencialidad responsable, buscando estrategias de comunicación, motivando a alumnos que incentiven a sus pares al reencuentro, ya que ellos son los mejores mensajeros.  

Otro desafío ha sido distanciamiento físico, dado el espacio en las aulas y el interés propio de los alumnos del encuentro, y la conectividad, debido a que no todos los hogares tienen acceso a internet. En muchos casos deben esperar a que regrese un adulto para conectarse y descargar las actividades.  

¿Qué reacciones tuvieron los chicos a la nueva realidad? ¿Alguna anécdota que se pueda compartir?  
Uno pensaba que estarían ansiosos, conversadores; sin embargo, se mostraron atemorizados, casi ni se comunicaban. Ante la sugerencia de sacarse el tapa boca si lo creían necesario, se oponían.  

Recuerdo que los pequeños de inicial se quedaban con sus caritas hacia arriba queriendo besar a su maestra. Producían sentimientos encontrados: por un lado, necesidad de cuidarles, pero por otro, ese vínculo afectuoso tan esperado y necesario.  

También ver los más grandes desafiando: “Dire, un abrazo no contagia”, decían, entonces te abrazan. Es que el afecto nos humaniza. Al decir del psicólogo y escritor Alejandro De Barbieri: “Lo que cura es el vínculo”.  

¿Qué herramientas te brindó el postgrado durante los meses de enseñanza a distancia y para este momento de readaptación a lo presencial?  
Muchísimas herramientas: desde el trabajo en equipo, la importancia de estimular, cuidar al otro, empoderar, reconocer el error como oportunidad de aprendizaje e ir a más, hasta el valor de la sistematización de las evidencias, la necesidad de “monitorear” los procesos de aprendizajes de los alumnos y la enseñanza docente. También fue muy valioso aprender sobre la educación emocional -si uno no está emocionalmente estable es imposible que pueda enseñar, menos aún aprender-, el trabajo con “consignas y los procesos cognitivos involucrados” que permite hacer énfasis en los aprendizajes y el trabajar desarrollando “comunidades de aprendizaje”, porque todos nos fortalecemos aprendiendo y trabajando de forma colaborativa.  

Participar de esta instancia de formación, sin dudas, es un gran compromiso y responsabilidad. Nunca pensé podría concurrir a la Universidad. Es un privilegio y un gran desafío. Más allá de si alcanzo el nivel académico esperado, sé que he aprendido y que no soy la misma profesional que ingresé al postgrado. Ahora tengo otra mirada de mis prácticas y de la institución que conduzco. ¡Sigo aprendiendo! Anhelo hacer de mi escuela una gran escuela. 

 

Juanita Pérez forma parte de la segunda generación del Postgrado en Educación de la Facultad de Humanidades y Educación de la UM que otorga el título en “Especialización en Liderazgo, Gestión e Innovación educativa”. Este programa de dos años, que comenzó en el 2017 y ya va por su tercera generación, es de dos años y 100% gratuito gracias al apoyo de ReachingU y Fundación Beisso Fleurquin.